Reflexiones

Reflexiones Cristianas

Echa tu Pan a las Aguas

Eclesiastés 11: 1-2
“Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás. Reparte a siete, y aún a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra.”
Mayordomía, a veces la palabra cansa y a veces no reflexionamos en ella, a veces evadimos el tema de tantas veces que lo hemos oído y otras simplemente debemos reconocer que no la ponemos en práctica como se debe. Usualmente la asociamos a los diezmos y ofrendas, al tiempo dedicado a Dios y a la obra… pero más allá de ello, hay una mayordomía que posiblemente no hayas escuchado mucho.
“Echa tu pan sobre las aguas…” Que te parece si lo ves como si Dios te pidiera que usemos los talentos que él nos ha dado, que echemos nuestro “pan” en las aguas, que lo multipliquemos y perfeccionemos de manera tal que una vez nuestros talentos hayan llegado a su máximo esplendor (“después de muchos días lo hallarás…”) sean usados para bendecir, para impactar las vidas de otros y disfrutar de ellos con todo lo bueno que podamos hacer. (“Reparte a siete, y aun a ocho…”)
Una característica del pan es que al caer al agua se esponja y se vuelve más grande y si te lo comes en ese estado te sentirás mas lleno al comértelo. El agua para nuestros talentos será la práctica y el aprender a usarlos para hacer el bien, al terminar no solo nos sentiremos más plenos sino también mas preparados para utilizarlos para lo mejor.
Si utilizamos nuestros talentos para hacer bien seremos instrumentos de bendición, no solo para los demás sino para nosotros mismos. El propósito de tener un talento especial en una o más áreas no es para que lo guardemos y los escodamos sino para que logremos cosas grandes y maravillosas con ellos. Nunca permitas que nada ni nadie te impida desarrollar tus talentos al máximo y hacer el bien con ellos. ¡No hay talento que no valga la pena! Y esto es parte de nuestra buena mayordomía como cristianos y seres humanos, proteger y perfeccionar nuestros talentos.

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Confianza 

Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado. Isaías 26:3. Los dos últimos años fueron muy difíciles para Jaime. Desempleado, con la autoestima por el suelo y el hogar al borde del colapso, no resistió a la tentación de encaminarse por las tenebrosas avenidas de la deshonestidad. Al principio, todo iba bien. En pocos meses, había logrado ganar lo que no pudo percibir honestamente en varios años. Con dinero en el bolsillo, aparentemente su vida volvió a la normalidad. Tuvo paz exterior. Pero, pasaba noches enteras sin dormir, castigado por el peso de la culpa. A pesar de ello, Creyó que valía la pena.
Repentinamente, cuando pensaba que nadie lo descubriría, su delito se hizo de conocimiento público y, además de la vergüenza y el escándalo, acabó en prisión.
La paz que el profeta menciona, en el texto de hoy, no es la paz del cuerpo sino del alma. La paz que realmente vale. Aquella que organiza tu mundo interior y te prepara para los embates de la vida.
Es lamentable que, a veces, el ser humano confunda las cosas. Busca la paz exterior a cualquier costo, aunque para eso tenga que violar la propia consciencia. Después, en el silencio de su insomnio, no se explica lo que sucede; solo sabe que algo lo perturba por dentro, lo hace infeliz. Es como el martillo que golpea sin parar, incomodando, hiriendo, asfixiando.
El profeta Isaías habla hoy acerca de la paz que nace de la confianza en alguien que nunca falla. Menciona la perseverancia como condición para recibir esa paz. Dice: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera”. Perseverar, en el original hebreo, es camak, que literalmente significa “descansar la mente en algo”.
Yo sé que es difícil descansar cuando el mar a tu alrededor está agitado. Cuando no hay dinero para atender las necesidades de la familia; cuando la enfermedad toca a la puerta o la muerte te merodea. Sin embargo, el consejo del profeta no falla: en los momentos más difíciles, coloca la mente en Dios y descansa en él, aunque aparentemente nada ocurra, aunque te parezca infantil.
No desistas. Lo primero que Dios hará en tu vida es colocar paz en tu corazón, y después, curado de tus ansiedades, él te usará a ti mismo como el instrumento poderoso para hacer maravillas.
Por eso hoy, aunque solo veas sombras en tu entorno, parte hacia la lucha recordando que Dios “guardará en perfecta paz a los que en Él perseveran”.

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Nos amó

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Juan 3:16. Nunca nadie me amó -se queja Germán, con la cabeza entre las manos, en señal de derrota. Es el cuadro de la desesperación, de la impotencia; la aceptación elocuente del fracaso.
Germán es homosexual; abusaron de él cuando era solo un niño de ocho años.
-¡Es injusto lo que la vida hizo conmigo! -se lamenta.
Durante algún tiempo, el joven moreno, de cabellos rizados y sonrisa triste, trató de racionalizar su pecado. Argumentó que era un asunto de “preferencia” sexual, y que los tiempos habían cambiado.
Tal vez los tiempos hayan cambiado. Acaso la cultura de nuestros días intenta aceptar cualquier desvío de la conducta como algo normal. Pero, el angustiado grito de su corazón no cambiaba. Germán sabía que había salido de las manos de Dios y que nunca sería completo si no se volvía a él. Su corazón buscaba el retorno a la plenitud, que solo podría ser encontrada en el Creador.
Germán era despreciado, rechazado, dejado de lado, a pesar de que se unía a grupos reivindicatorios y exigía que se respetasen sus derechos. De aquel rechazo nacía su tristeza, su sonrisa melancólica, y las lágrimas que derramaba a solas cuando se encontraba entre cuatro paredes y sentía la ausencia de Dios.
Una noche triste, de sus tantas tristes noches, me vio hablando en la televisión. Lo que tocó su corazón fue saber que era importante para Dios, a pesar de que él siempre había creído que no le importaba a nadie.
El hecho de saber que Dios lo había amado tanto que entregó a su Hijo unigénito para morir en la cruz, por él, lo conmovió. Se sintió más malo que nunca; sucio; indigno. Pero, misteriosa, incomprensible e incoherentemente feliz. Aquel momento constituyó el comienzo de una nueva experiencia. Aquella noche, frente al televisor, el joven de sonrisa melancólica y cabellos acaracolados entendió que su valor no radicaba en lo que era, sino en lo que Jesús había hecho por él en la cruz del Calvario.
Por eso hoy, antes de enfrentar las vicisitudes de la vida, piensa un poco en el amor maravilloso de Dios por ti. Y que eso te inspire a vivir un nuevo día. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”.


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Grandes cosas

Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo proezas con su brazo… Lucas 1:49,50.
El sol despunta en las montañas de Judá. Una jovencita camina, pensativa; túnica y sandalias viejas; tristeza y alegría en el rostro. Vez tras vez se acaricia el vientre; quiere sentir el palpitar de la vida que se genera dentro de ella.
La mezcla de sus sentimientos nace de la confusión. Su mente es un remolino de ideas. Se siente feliz por llevar, dentro de sí, a alguien tan especial. Y al mismo tiempo, la tristeza la envuelve. Sabe que el pueblo la condenará, al enterarse de la noticia.
Llega a una ciudad escondida entre las montañas; todos llegamos. Si partes, acabas llegando; es una ley de la vida. Al llegar, el niño salta dentro del vientre de su prima, y lo percibe. Hay cosas que no se pueden ocultar.
En estas circunstancias que la joven ora: “El Poderoso me ha hecho grandes cosas”, dice. ¿De qué grandes cosas habla? ¿Qué maravillas había obrado el todopoderoso con ella? “Hizo proezas con su brazo”, sigue diciendo. ¿A qué se refiere?
El texto de hoy fue extraído de la oración que María hizo cuando visitó a su prima Elisabeth, para darle la noticia de su embarazo. El niño era Jesús.
Tú y yo, hoy, sabemos que María había recibido un privilegio. Había sido escogida, entre millones de seres humanos, con el fin de ser la madre del Salvador. “Bendita tú entre las mujeres; y bendito el fruto de tu vientre”, la había saludado su prima.
Elizabeth, tú y yo lo entendemos; siempre hay gente que te entiende. Pero, no todos están dispuestos a hacerlo.
La multitud, seguramente, hablaría pestes al enterarse de que una joven que aún no había convivido con su prometido esposo estaba encinta; sería motivo de chacota y de burla. Lenguas venenosas se encargarían de malversar la situación. Pocos creerían que aquel niño era fruto del Espíritu Santo.
Y, no obstante, María creía que el “Poderoso” había hecho grandes cosas con ella. La joven miraba más allá de la tormenta.
¿Tienes miedo de que el pueblo no entienda tu actitud? ¿Ha colocado el Señor certidumbre en tu corazón, pero sabes que los otros no te entenderán? No te preocupes. Lo único que debe importarte es que lo que vas a realizar es la orden de Dios. Y, aunque los demás no te entiendan, enfrenta el desafío diciendo: “Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo proezas con su brazo”.

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